Saturday, November 25, 2006

El Juego


Por Marc Andries Smit

Diciembre 2003


En la neblina del tiempo siempre filtra la luz de los recuerdos profundos.

Yo acababa de conocer la familia como recién novio de Astrid. Conocí a casi todos en Noviembre de 1974, cuando el accidente de automovil de Regina y Astrid, el cual coincidió con la boda de Alberto y Graciela. En el hospital, Damian con su genuina inocencia me insistía en saber si yo podia caminar bien con mi pierna artificial y Antonia, molesta por su curiosidad innata, le decia… “Damian Pinilla!!!” Tambien conocí a “las primitas” de Astrid, Mirita y Nina con mi reacción nerviosa de “Tan vieja!” que por suerte cayó en los oidos de Mirita, pues si hubiese sido Nina, probablemente hoy estuviera fastidiando a otra familia.

Pero tambien ese comienzo con esta familia fue dificil. En 1975 Maria, la abuela de Astrid se estaba muriendo. La familia como es normal estaba en un estado muy ansioso. Finalmente una tarde Maria falleció…. Se acordó no decirle nada a Belarmino hasta que se pudiera decidir como. En la noche, fuimos al apartamento donde Belarmino y Maria estaban viviendo (cerca del apartamento de Regina y Astrid), y todos estaban en la sala hablando sobre esta situación, y a mi me tocó “entretener” a Belarmino con un juego de domino. Belarmino y yo empezamos el primer partido. Astrid me habia advertido que no le dijera nada y que a su abuelo no le gustaba perder. Claro, yo jugue para perder, pero gané. “Abuelo” no dijo nada, solamente, “¿Vamos a jugar otro?” Yo respondí “Si”. En el segundo partido me empezó a contar como cuando se bajó del barco en la Habana, de joven, le hicieron trampa y perdió su poco dinero. Pensé que se imaginaba que yo estaba haciendo trampa. Yo seguia tratando de perder, pero gane de nuevo. Me miró con sus ojos gris azulosos y boca firme y me pregunto “¿Otro mas?” y yo dije con inseguridad “Si”. Me di cuenta que yo estaba ganando, porque el no estaba concentrado en el juego, sino estaba tratando de oir lo que se conversaba en la sala. Durante el tercer juego solamente se oía los murmullos de la familia y el sonido de las fichas en la mesa. Belarmino me miró firmemente, y me preguntó, “¿Esta muy mal?” Yo le dije “Si”. Continuamos jugando, cuando de pronto me preguntó, “¿Se murió?” Lo miré y le dije “Si”. Me miró con su mirada fija y bondadosa, me dijo “Gracias” Puso su última ficha. Ya el juego terminó; perdimos los dos.

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